La regenta

La Regenta: El sexo es el precio (2)

La regenta

La aparición de La Regenta fue la comidilla en 1885, pero lo cierto es que el gafe de la novela persiguió a Clarín incluso hasta después de muerto.

21 de Agosto.- La primera parte de La Regenta salió a la venta en 1885, mientras Clarín estaba escribiendo a velocidad de vértigo la segunda parte (la empezó en febrero de 1885 y la terminó más o menos en junio de ese mismo año).

Las reacciones fueron de tres tipos:

Amigos y enemigos de Leopoldo Alas se lanzaron a leer el libro con el morbo añadido de que estaba escrito por un crítico literario. Todos reconocen -da la sensación de que un poco a regañadientes- que La Regenta es una obra maestra. Uno de esos libros en donde se combina una extremada calidad técnica, con un fondo lleno de posibles interpretaciones y, lo que resulta más sospechoso para la mayoría de las personas cultas, un placer genuino para el lector.

Por otro lado, lo que podríamos llamar “los medios”. O sea, la prensa de su época.

Como queda dicho más arriba, Clarín era un personaje conocidísimo en el mundillo literario de su época. Un hombre que, gracias a su rectitud que podríamos calificar de implacable, hacía y deshacía repeticiones. Así pues, a pesar de las opiniones generalmente positivas de sus primeros lectores cultos, las críticas de la novela en la prensa fueron tibias, cuando no frías e incluso llamativamente inexistentes.

Un tercer grupo de ávidos lectores fueron los propios ovetenses.

Sería mezquino decir que La Regenta es lo que los franceses llaman “un roman á clef” (o sea, una novela en clave) pero sí que parece cierto que Leopoldo Alas se basó en personas de su medio social (la alta burguesía de Oviedo) para componer alguno de sus personajes.

Se elaboraron listas en las que se confrontaban a personas reales con personajes del libro. Más tarde, Leopoldo Alas dio carta de naturaleza a estas suposiciones. Por ejemplo, en un artículo publicado en El Imparcial en 1895, diez años después de la aparición de la segunda parte de La Regenta, afirmó que uno de los personajes secundarios del libro, el cándido obispo, Don Fortunato Camoirán era una copia de Don Benito Sanz y Forés, el obispo de Oviedo.

Otro amigo de Clarín, Adolfo Posada, también ratificó esto, reconociendo que algunos personajes, como por ejemplo Ronzal, llamado irónicamente “El Estudiante” era la refundición de dos o tres contertulios de Leopoldo Alas. O que Don Álvaro Mesía, el imbatible Tenorio de Vetusta, estaba modelado sobre un señor real llamado Sierra.

Curiosamente, cuando la novela sale, es el propio obispo de Oviedo (otro, mucho menos pacífico) el que censura la novela mediante una carta pastoral en la que llama a Clarín “salteador de honras ajenas” o cosa parecida.

El escritor, ferviente católico (aunque no fanático) le rebate al obispo sus críticas en una carta, lo cual resulta en que los dos se hacen amigos.

En cualquier caso, una novela tan exacta, tan incisiva, tan periodística, tuvo una recepción nefasta en Oviedo y, en general, en la España de la restauración su crítica de costumbres no sentó nada bien.

Pronto se intentó echar tierra sobre el asunto y poco a poco, La Regenta fue cayendo en el olvido.

LA TRÁGICA HISTORIA DEL HIJO DE CLARÍN Y LAS DESVENTURAS POST MORTEM DE LA REGENTA

Tampoco contribuyó a fomentar una fama duradera que Clarín murió joven (no llegó a cumplir los cincuenta) y que su hijo, que llegó a ser rector de la Universidad de Oviedo, tuvo obvias simpatías republicanas, lo cual terminó resultando fatal para él. Los “nacionales” le fusilaron en febrero de 1937, a los cincuenta y tres años. Los cargos fueron haber asistido a un mítin de Azaña, haber formado parte del Gobierno provisional de la República y haber sido rector de la Universidad de Oviedo.

Dados estos antecedentes, no es de extrañar que La Regenta fuera considerada peligrosa durante todo el franquismo.

Se consideraba que su crítica a la religión farisaica y al extremo poder de la iglesia era peligrosa para el nacional-catolicismo vigente.

La Regenta estuvo prohibida entre 1936 y 1962. En 1956, veinte años después de terminada la guerra civil, un editor intentó imprimir 2000 ejemplares del libro y la censura no le autorizó, argumentando que, aunque Leopoldo Alas era un maestro de la literatura, su obra era sumamente peligrosa para la moral pública y las buenas costumbres por su ataque al clero.

En 1962 la censura, aún admitiendo el “anticlericalismo soez” (sic) del libro, autorizó su publicación.

Muerto el perro (o sea, terminado el franquismo) se acabó también la rabia contra la pobre Ana Ozores y la novela recuperó el puesto que le corresponde en la literatura univeral.

Poco antes del fin de la dictadura, en 1974, fue llevada al cine (Emma Penella fue la protagonista) pero la fama vino en 1995 cuando Fernando Méndez-Leite hizo la adaptación “canónica” en forma de serie para Televisión Española.

Desde entonces, los lectores del libro no tenemos más remedio que imaginarnos a Ana Ozores con las facciones de Aitana Sánchez Gijón.

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